Por Esther Puisac
Dicen que fuimos 200.000. Algunas consideraban que había más gente incluso que en 2018. Y eso que hace tres años se nos podía contar fácilmente por cientos, no por miles como ahora. Sí. El salto que ha dado la lucha de las mujeres en los últimos veinticuatro meses, o treinta y seis, es evidente por su tamaño. Pero, a pesar de toda una jornada de manifestaciones en las calles, en la universidad o en las redes sociales, el 8M de 2019 me dejó un sabor agridulce.
Agrio por encender la tele y ver a las reinas de la mañana liderando debates feministas rodeadas de mujeres. Ellas que elevan su audiencia, en buena parte, gracias a aquellas que pasan en casa ese horario en el que otras muchas estudiamos o trabajamos. Ellas que tantas horas llenan con los asesinatos machistas, con las manadas, las violaciones. Ellas que saben mejor que nadie cómo estamos, dicen que deciden trabajar para reivindicar a la mujer.
En la calle todo parecía igual. Las mujeres atendían en la panadería, en la cafetería y en la tienda de frutos secos y chucherías. Las abuelas se quedaron con los bebés y fueron a la compra. En los centros de salud había unos servicios mínimos del 90 por ciento. En mis grupos de wasap, varias amigas que acababan de comenzar a trabajar en una nueva empresa dijeron que no podían hacer huelga. No quise preguntarles si iban de negro y con algo morado, porque me temía la respuesta. En cambio, es posible que en sus redes sociales se hicieran una foto imitando al icono de la remachadora y contando lo que mola ser mujer y que nos queda mucho y blablablá…
Aquel día quedamos a preparar unos carteles en el centro, justo antes de nuestra concentración de comunicadoras a las 11 de la mañana. Mientras escribíamos y pegábamos, las mujeres pasaban a nuestro lado y nos miraban extrañadas. Una nos preguntó si la manifestación era a las 12 y le explicamos que sí, que esa era la siguiente.
Fuimos más que el año pasado las comunicadoras que estábamos en la concentración, pero hubo menos público que en 2018. Y eso que en nuestra profesión tenemos unas cifras de desigualdad laboral que te hacen tirarte de los pelos. Y eso que nosotras contamos a todo el mundo lo que sucede, que damos nuestra voz a todo los colectivos. Nos unimos después a las estudiantes, que nos llenaron de esperanza. Y, por la tarde, mientras mis amigas, mi hija, mi madre y yo íbamos a la manifestación, nos cruzamos con centenares de mujeres que paseaban en sentido contrario. Iban tranquilas. Solas, viendo escaparates, del brazo de su marido…, no había mucho quehacer… Y yo pensaba en por qué no daban media vuelta y se sumaban a esta marea negra y morada que no era marea sino un chorrillo.
Nos manifestamos y terminó el día. Necesité un baño después de una tarde caminando por el asfalto de la ciudad. Entré en un bar y estaba todo lleno de mujeres manifestantes, aunque se suponía que también paraba el consumo. Las camareras no daban abasto.
Yo, ese día, no cobré mi sueldo. Y, como yo, muchas. Pero de nuevo nada se había parado. Nada había dejado de hacerse. Todo el mundo comió, compró, fue servido y atendido; pudo informarse por los medios de comunicación y no encontró su comercio cerrado. En cambio, las redes sociales ardieron en comentarios, fotos y lemas. En algún punto alguien miente. En algún punto alguien no se conciencia de que muchas perdemos el salario para demostrar que las mujeres tenemos fuerza laboral y económica dentro de la sociedad como para forzar que los cambios para la mujer se hagan antes y de manera más valiente. Queremos demostrar que SI NOSOTRAS PARAMOS, SE PARA EL MUNDO
Pero a la hora de perder, no todas damos un paso adelante. Y no hablo de la gente que se encuentra en casos de extrema dificultad y evidentemente no puede hacerlo. Hablo de quien prefiere no posicionarse, no hacer nada distinto, ir a trabajar y, si no hace frío, ir a la manifestación de la tarde fuera de mi horario laboral. Me acuerdo entonces de la gente que, por ejemplo, durante la Transición, se jugaba todo acudiendo a una manifestación o imprimiendo unos pasquines. Se enfrentaban a detenciones policiales sin derechos, a que al estar fichado nunca pudieras presentarte a cargo público, a que te incluyeran en listas negras y nadie te contratara. Y, a pesar de eso, fueron miles quienes lucharon por una libertad que hoy disfrutamos todos.
Quiero volver a luchar este 8M de 2020, por repetir el lema. Por no sentirme una pringada por no ir a trabajar mientras otras sí lo hacen, aunque luego ellas obtengan los resultados de nuestra lucha igual que nosotras. Por pensar que estaría mejor usar el condicional: SI NOSOTRAS PARÁRAMOS, SE PARARÍA EL MUNDO… PERO NO LO HAREMOS