No puede ser que se siga utilizando la palabra ‘hombre’ como término inclusivo para referirse a la mujer. Esta larga reivindicación, que empezó en nuestro país hace ya más de treinta años, tiene que ser ya definitivamente asumida y superada. La utilización de un lenguaje que integre a ambos géneros no sólo hace más exacta la descripción de los hechos, sino que pone en igualdad de condiciones a las personas integrantes de una sociedad.
Y es que una de las formas de discriminación que, históricamente, sufren las mujeres se da en el lenguaje, que emplea el masculino genérico para incluir también a las mujeres. Es un debate que empezó ya a principios del siglo XX, aunque no fue hasta 1987 cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lanzó su recomendación para evitar el uso de términos “que se refieren explícita o implícitamente a un solo sexo, salvo si se trata de medidas positivas en favor de la mujer”.
A partir de 1987, el lenguaje sexista empezó a ser cuestionado en numerosos países, como en España, donde el Plan para la Igualdad de Oportunidades para las Mujeres, aprobado por el Consejo de Ministros en septiembre de ese mismo año, recogió la necesidad de eliminar de todos los escritos de la administración el lenguaje sexista por ser discriminatorio. El Consejo de Ministros de la Unión Europea, en 1990, no se quedó atrás y, desde entonces, las diferentes instituciones europeas han puesto la diana en la erradicación del lenguaje sexista que invisibiliza y, por tanto, discrimina a la mujer.
Y todo esto ¿por qué motivo? Porque el lenguaje con el que se expresan las administraciones públicas describen el tipo de sociedad a la que sirven. Si solo aparece el género masculino en informaciones, normas y edictos, la mitad de la población puede no darse por enterada, ya que no se reconoce en ese lenguaje que además la invisibiliza. Esto no es un debate ideológico, sino de comunicación, a pesar de que la RAE se empeñe en ir contra corriente, con unas normas incomprensibles en el siglo XXI y que sólo demuestran el doble rasero con el que encaran la petición de muchos sectores de la sociedad.
La Asociación de Periodistas por la Igualdad ha iniciado este año la revisión y adaptación del portal web del Gobierno de Aragón a un lenguaje inclusivo en género. Su Ley 7/2018, de 28 de junio, obliga a la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres en dicha Comunidad Autónoma. En su Capítulo I, en el artículo 3.11, dice velar por “la implantación del uso integrador y no sexista de los lenguajes y de las imágenes en el ámbito administrativo”. En él nos basamos para abordar este trabajo. También en el artículo 22, que impone a las administraciones públicas el desarrollo de “medidas de fomento del uso del lenguaje integrador y no sexista en la totalidad de las relaciones sociales, culturales y artísticas, así como entre los particulares”.
Por ello, nuestra revisión del lenguaje empleado por el Gobierno de Aragón para relacionarse con la ciudadanía nos ha llevado a reescribir los textos de su portal web para incluir el género femenino y visibilizar la presencia de las mujeres como protagonistas de la acción. Hemos procurado describir la realidad que muchos textos niegan, al incorporar, por ejemplo, en el mundo agrícola y ganadero a las mujeres en el mismo plano que los hombres, con el fin de que se vean igual de tratadas y retratadas que los hombres, ya que su presencia en el mundo agrario es una realidad.
Hay voces que acusan al lenguaje inclusivo de convertir los discursos en sucesiones farragosas de masculinos y femeninos, de hacerlos reiterativos y menos comprensibles. Sin embargo, nosotras, desde la experiencia que nos aporta nuestra profesión, hemos de decir que, lejos de alargar y enrevesar los textos, estos se simplifican, se acortan, la expresión se hace más directa y comunica mejor. Desde el conocimiento de la lengua necesario para el desempeño del periodismo podemos afirmar que hay formas sencillas de decir las cosas con un lenguaje inclusivo en género; sólo hace falta querer hacerlo, querer ser ágil en el lenguaje al tiempo que se describen realmente todas las personas que intervienen en una acción.
Fórmulas para un cambio de mentalidad
Proponemos una nueva forma de narrar (para la que necesitamos una obvia formación), después de haber comprobado cómo el lenguaje acumula coletillas y frases estereotipadas que hacen del género masculino la única manera de describir las cosas. En el caso del lenguaje administrativo, valga este ejemplo: en lugar de decir “los solicitantes de la autorización deberán presentar la siguiente documentación ante el Servicio Provincial de Industria”, se puede decir “para solicitar la autorización se deberá presentar la siguiente documentación ante el Servicio Provincial de Industria”.
Como periodistas feministas o, lo que es lo mismo, como periodistas con perspectiva de género, sabemos que es posible realizar una narración que recoja de manera aséptica y objetiva a todo el universo al que va dirigida la información, sin duplicar términos y sin hacer farragosa su lectura. Se puede narrar la realidad de una manera más precisa, lo cual requiere, eso sí, un buen conocimiento del lenguaje o, simplemente, olvidarse del masculino genérico e interiorizar que la lengua española tiene palabras suficientes para describir cualquier situación reconociendo también a las mujeres.
Una fórmula para evitar desigualdades es el empleo del estilo directo. Si desterramos la segunda persona, nos resultará más fácil evitar nombres masculinos innecesarios. En general, el estilo directo hace los discursos más ágiles y cercanos. No obstante, hay que perseguirlo igualmente en el estilo indirecto con el uso de palabras neutras (alumnado, ciudadanía, población, docentes, personal administrativo…) que nos representen a todo el mundo.
Otros recursos utilizados para evitar el sexismo lingüístico sin transgredir las normas gramaticales del castellano son: pronombres sin marca de género; omisión del sujeto; alternancia del orden de las palabras; genéricos reales y nombres abstractos.
Hay que decir que todas estas apreciaciones dan por sentado que el ‘machismo lingüístico’ es en gran parte inconsciente, pero hay que empezar a ser conscientes de ello, de la existencia de un ‘machismo lingüístico’ anclado en la sociedad desde hace siglos, que ha logrado sobrevivir adaptándose a todo tipo de épocas y situaciones. Y ya ha llegado el momento de eliminarlo en todos los planos; su uso inconsciente ya no tiene justificación legal que lo sustente. Las maneras de procurar igualdad con el lenguaje son ilimitadas y muy fáciles. Practiquémoslas; sobran las arrobas.
La perspectiva de género nos sirve, además, para darnos cuenta de que la sociedad patriarcal en la que habitamos sigue asignando responsabilidades en el ámbito doméstico a las mujeres y en el público a los hombres. Ello genera jerarquización en las relaciones interpersonales y provoca desigualdad en el reconocimiento social y económico entre mujeres y hombres. Gobiernos como el de Aragón, han aprobado leyes como la 7/2018, de 28 de junio, de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres en Aragón en cuyo artículo 4.3. sobre el uso integrador y no sexista de los lenguajes y de las imágenes dice que hay que utilizar “términos, expresiones y recursos lingüísticamente correctos, así como gestualidad, tono o uso de iconos y símbolos entre otros elementos del lenguaje no verbal”, que sustituyan a aquellos “que, correctos o no, invisibilizan el femenino o lo sitúan en un plano secundario respecto al masculino, todo ello con el fin de superar un lenguaje discriminatorio a través de la implantación de un lenguaje inclusivo de mujeres y hombres en igualdad”.
Ahora solo es cuestión de hablar del lenguaje inclusivo como lo que es, un lenguaje que comunica y representa la realidad. Cualquier otro intento de llevar el debate por otro lado sólo tiene que servir para alertar de un uso perverso con fines espurios. Así que os animamos a conocer mejor el lenguaje para que nos salga de manera natural hacerlo inclusivo.